La Puerta de los Huesos. Warhammer 40K. Cruzada Indomitus
Con La Puerta de los Huesos, la Cruzada Indomitus del universo Warhammer 40.000 entra en materia. La novela se sostiene como historia independiente dentro de un evento que se adivina amplio.
Con la Cruzada Indomitus ya en marcha y de la que vimos sus preparación y primeros pasos en El Hijo Vengador de Guy Haley, llega el turno de las historias que vana usar el rico trasfondo de Warhammer para ofrecernos historias que alimentan el lore.
En este caso, La Puerta de los Huesos tiene los puntos típicos y tópicos de una novela de Warhammer 40.000. Mundo invadido por la fuerzas del Caos, artefacto milenario oculto, fuerzas del Emperador actuando a la desesperada y victoria al final muy sacrificada.
En este aspecto, el guión lo hemos visto muchas veces. A la vez no defrauda, es repetitivo pero es lo esperado.
Sin embargo, esta novela ha dejado una serie de perlas muy destacables, tanto a nivel de potentes personajes en ambos bandos, como ideas para reflexionar en el cómo y porqué de algunos aspectos del universo Warhammer 40.000.
SINOPSIS
Con la Cruzada recién iniciada, Guilliman recibo el aviso de un xenos sobre actividades misteriosas de las fuerzas del Caos que asedian Gathalamor, uno de los mundos santuario.
Mandando parte de la flota en esa dirección para rescatar el planeta, el primarca destaca una misión de los Adeptus Custodes como avanzadilla para frenar en el plan de los adeptos del Caos.
Mientras, en Gathalamor, asistimos a las diferentes escaramuzas entre las fuerzas leales al imperio y a los dioses del Caos, profundizando en el plan que desarrollan y en el esperado contraataque encabezado por los Custodes.
PERSONAJES RICOS EN MATICES
Como decía, aún siendo la típica novela de Warhammer en el sentido de luchas más o menos prolongadas hasta la gran batalla final, La Puerta de los Huesos incorpora una serie de personajes con un muy buen trasfondo. En este sentido, es normal encontrarlos en el bando imperial y dejar a los adoradores del Caos como meras picadoras de carne sin alma ni sentimientos que acaban siendo destrozadas por las fuerzas del Emperador.
En esta novela hay una serie de personajes en ambos bandos que aportan una cierta nota de humanidad, de duda e incluso resentimiento, sobre la fe a la que siguen, planteándose dudas muy racionales y que aportan un punto de verosimilitud, por así decirlo, a estos personajes.
BANDO IMPERIAL
En un lado del cuadrilátero, habría que destacar a un personaje magníficamente retratado: El general Dvorgin de la Guardia de Hierro de Mordian. Un general que lidera a sus tropas, que se preocupa, y mucho, del bienestar de sus hombres, y que sobre todo tiene dos momentos fundamentales: Un episodio que le va a enfrentar al Capitán Escudo Achallor de los Custodes, dando una lección a este orgulloso cuerpo, de lo que es la lealtad al imperio y el espíritu de sacrificio, pero sobre todo, una crisis de fe que arrastra desde hace años cuando se negó a darle un hijo a su mujer al considerar al universo un lugar terrible para vivir. Desde entonces vive con la dualidad de creer haber cometido una blasfemia al Emperador, pero por otro lado, el haber seguido los dictados de la razón y haber decepcionado a su esposa con su decisión.
Su forma de purgar la culpa, tomando bajo su protección a una exploradora de su regimiento, es tomado por sus subalternos como un capricho libidinoso, cuando ve reflejado en la explorado al hijo que no tuvo y que tendría su misma edad.
Sus momentos épicos también tienen que ver cuando conversa con la canonesa Veritas de la Adepta Sororitas. La evidente depresión que atraviesa Dvorgin, rozando la blasfemia, encuentra en Veritas un apoyo y consuelo que refuerza su confianza en los momentos oscuros. Una actitud que contrasta con la fe más pura y piadosa de Veritas.
Uno de los mejores personajes por el lado imperial que he leído en las sagas de Warhammer.
BANDO DEL CAOS
En la parte opuesta del cuadrilátero destacaría al comandante de tanque y Guerrero de Hierro Torvann Lokk. Un personaje que parece fuera de lugar. No es el guerrero del Caos fanático. Lokk es alguien hastiado de milenios de guerra sin fin, de saberse un peón en manos de fuerzas que no tienen ningún miramiento por la carne de cañón que envían continuamente a matar y morir por sus ideales. Evidentemente, odia al imperio y ataca con saña, pero el cansancio de milenios de guerra le hace ser alguien muy pragmático e irónico con la situación. Se permite incluso el lujo de considerar a sus enemigos como fichas del mismo tablero y con idénticos hilos desde donde alguien por encima tira de ellos sin importarle su destino.
Lo que redondea el personaje de Lokk son los diálogos con Kar-Gatharr, Apóstol Oscuro Portador de la Palabra. Unos diálogos que dejan entrever una amistad y entendimiento de siglos. Un vínculo de compañeros de batalla que les permite ahondar en esa resignación y cansancio que da la guerra continua y un poco la falta de fe en la victoria final.
SECUNDARIOS
Alrededor de los personajes antes mencionados, Andy Clark da cabida a una serie de guerreros con un arco más o menos desarrollado y que afianzan bastante bien la novela. De nuevo en el mando imperial, habría que destacar a los Caballeros de Kamidar con la noble Jessivayne a la cabeza. Alguien que notas que a la mínima se va a saltar la cadena de mando y atacar por su cuenta aprovechando la potencia de sus mechas y la soberbia que da su noble cuna.
Es curioso ver que los Marines Espaciales Primaris que acompañan a los Custodes en la operación de salvamento, son prácticamente “humanos” cuando se les compara con éstos.
En el lado del Caos tenemos a Tenebrus, un hechicero del Caos y discípulo de Abaddon, a los mandos del plan en Gathalamor. Y finalmente, a Tarador Yheng, acólita del antes mencionado Kar-Gatharr y que acepta los sabios consejos de su maestro.
En este apartado tenemos al hechicero que se vanagloria en atemorizar incluso a sus subordinados, pero que carece del más mínimo sentido estratégico, lo cual no le libra de ser criticado a sus espalda. Por otro lado, el personaje de Tarador y sus enseñanzas, si no fuera por el contexto en que le son realizadas, pasaría perfectamente por una acólita imperial. La línea de separación entre ambos bandos es estrechísima en esta novela.
ADEPTUS CUSTODES
Este es uno de los principales atractivos de La Puerta de los Huesos. Ver al cuerpo más elitista del universo Warhammer 40.000, bajar a la arena de batalla, nos permite vislumbrar un par de detalles interesante, uno de los cuales lo desarrollaré más adelante. Por un lado, su prepotencia, con bastante razón, al considerarse los mejores y los elegidos. Ningún Astarte del Caos puede resistírseles, sólo cuando se enfrentan a abominaciones tienen que emplearse a fondo.
Por otro lado, queda claro desde el principio, que los Custodes no se fían de Guilliman al considerar que un “simple” primarca no puede acaparar el poder del Emperador. Su inclusión en la cruzada puede ser vista, también, como una forma de tener vigilado al propio Primarca.
Otro aspecto es el terror y admiración que ostentan cuando hablamos de enemigos y amigos. Hay que tener en cuenta que en Gathalamor desembarcan sólo seis Custodes, y son número suficiente para preocupar a sus enemigos y resultar poco menos que una salvación divina para las huestes imperiales.
Y este último punto, el de la fe es lo que sirve para desarrollar el otro gran punto de La Puerta de los Huesos y un enfoque bastante acertado de todo el trasfondo en Warhammer 40.000.
PROBLEMAS DE FE EN EL TRASFONDO IMPERIAL DE WARHAMMER 40.000
Y llegamos a uno de los puntos troncales de la novela y que la hace sobresalir de la media de novelas de la saga Warhammer con batallas largas y llenas de crudeza.
El tema de la crisis de fe en ambos lados está perfectamente tratado. Por un lado, esa fe en el Emperador es la única forma de mantener el imperio unido en un universo manifiestamente hostil. Esa fe y la figura del Emperador, es fuente de inspiración para sus guerreros, que van a la lucha con una valentía y arrojo propias de un mártir suicida. El contrapunto es que esa fe no deja de ser una forma de manipulación a las masas que aceptan alegremente su destino sin plantearse siquiera negarse.
Y aquí es donde entran, por un lado, los Custodes, que saben perfectamente que el Emperador no es un ser divino, y que, de hecho, la gran saga de la Herejía de Horus, nos había mostrado un imperio con una naturaleza claramente atea, una guerra civil entre dos grandes poderes. Pero esa naturaleza, con el paso de los milenios, ha mutado en una adoración religiosa a la figura del Emperador. Un punto, herético en su época pero que, ahora aun gozando de predicamento general, no se considera herejía al servir mejor a los fines de preservación del Imperio.
La crisis de fe del general Dvorgin es un perfecto reflejo. Su negativa a engendrar un hijo para que no viva en un universo deprimente y violento, no deja de ser una blasfemia a los deseos del Emperador (o más bien a la doctrina que le han inculcado durante siglos). También, el estar hastiado de la guerra y del sufrimiento de sus hombres, puede parecer una forma de perdida de fe, y aquí el personaje de Veritas como apoyo en vez de crítica teniendo en cuenta como profesa la fe las Adeptus Sororitas, es un muy buen punto al dejar el fanatismo de lado.
Finalmente, el enfrentamiento verbal con el Custodes Achallor, parecería desembocar en una herejía, pero, en uno de los mejores diálogos de la novela, asistimos a una explicación de razones lógicas amparadas en la propia fe imperial que me parecen de los mejor que he leído nunca en una novela de Warhammer.
PROBLEMAS DE FE EN EL TRASFONDO DE LOS SERVIDORES DEL CAOS
En este lado el problema es menor. Tenemos el clásico enfrentamiento interno entre las diferentes facciones que sirven a los dioses del Caos y que no se preocupan, precisamente, de ocultar. Todos odian a todos y nadie se fía ciegamente en nadie.
El caso más claro lo tenemos en el hechicero Tenebrus. Por otro lado, a diferencia de los imperiales, los guerreros del Caos son capaces de blasfemar y de culpar a los dioses que siguen, así como plantearse y hastiarse de una guerra casi eterna. Lokk parece desear parar y ve la guerra como un juego de poderosos que no dudan en sacrificar sus piezas sin darle ninguna importancia.
CRÍTICA FINAL
La Puerta de los Huesos es una buena continuación de El Hijo Vengador. No deja de ser una novela centrada en un planeta concreto con una situación concreta y clásica, pero como he comentado, cuenta con unos alicientes que la hacen disfrutable como son la llegada de los Custodes y las reflexiones sobre la fe en ambos bandos.
Me ha gustado, además, el uso del trasfondo que hace Andy Clark para completar la obra. En muchos pasajes he tenido abierta la página imprescindible de Wikihammer 40k para consultar el capítulo de Astarte que se sugiere y la nave espacial o el tanque que entra en combate.
Magnífico trabajo por parte del autor. También el mundo de Gathalamor está perfectamente descrito. Un mundo santuario que ha albergado durante milenios catacumbas y templos repletos de huesos de mártires y peregrinos que han deseado ser enterrado en lugar santo.
Las proporciones de los templos y cuarteles son inmensas, como cabría esperar en el universo Warhammer 40.000, y la sensación de opresión es enorme, tanto en los pasajes por las catacumbas como en la superficie con las ruinas y la cantidad de huesos que pueblan estos escombros.
Tal vez, el mcguffin de la novela en forma del artefacto del Caos que provoca toda la trama principal, sea el punto más débil de la novela.
Finalmente, quería destacar la presentación y papel de una serie de interesantes personajes que, se adivina, van a tener protagonismo en sucesivas entregas de esta saga sobre la Cruzada Indomitus.
PD. Un personaje que he dejado para el final es el del historiador Fabian Guelphrain. Un personaje ya presentado por Guy Haley en la anterior entrega, y que abre y cierra la novela con una cierta historia detrás que se adivina interesante.
Ahora a esperar con ganas la siguiente entrega.